lunes

Me enamoraría de un hombre que me dijera "Menos tu vientre..." en su voz, con las palabras de Hernández. En su voz, como ya lo cantó Serrat.

domingo

Escribir así estaba bien para cuando tenía 16 años y un millón de expectativas. Pero en ese tiempo comenzé a desesperarme. Comencé a sentirme vieja (paradójicamente ahora no lo siento tanto: la piel se derrama sin que yo pueda sostenerla, pero mi cerebro sigue, en ciertos lapsos de la noche, sigue recordardando)

Quizá se acerca más el final, Nazira. Quizá estas crisis en las que me pongo a escribir a la luz de las lámparas de neón del hospital sea el preludio de que por fin habrá calma. No quisiera que leyeras estas letras y pensaras que tu abuela es una víctima. En todo caso, piensa mejor que nunca dejé de sorprenderme...

Cigarrillos

La conocí en un evento de redes sociales. Nadie en la reunión me era familiar, así que fui directo a la cava a pedir una cerveza para sentirme menos sola. Ella estaba recargada en la barra, su cabello rizado le llegaba a la espalda, estaba sudando. El calor humano era insostenible. Noté que me veía, pensé que, tal vez, nos habíamos topado años atrás en alguna fiesta y por eso le resultaba familiar. Pero no, años encerrada en trabajos entre computadora y computadora me hicieron perder el tino de la coquetería. Entonces se aproximó y me pidió fuego. Pedir fuego, me repetí, y me gustó sentir que estaba lejos de esa gente en una calle solitaria de Madrid.


[Jorge dijo, alguna vez, que cambiaba tu manera de escribir cuando cambiaba tu visión del mundo]

Alcancé a decirle, entre estrépito y estrépito, que si le gustaría salir. Se lo dije si más. La chica era linda pero no me importaba, cuando la gente no me importa es más fácil iniciar el juego, ver que pasa. Me gustaba sentir que éramos desconocidas, que en unos meses me iría a San Cristóbal o Mérida, y que todo lo que hacía era dejar de disfrutar cada vez menos la ciudad.

Bajamos las escaleras, el lugar, antes de ser un centro cultural para pseudointelectuales, era una casa antigua. Me dijo, esta vez sosteniendo el cigarro entre la boca, que quería fuego. Entonces yo saqué el encendedor y lo prendí. Iba a sacar mi cajetilla pero ella me detuvo poniéndo una mano sobre mi muñeca. Entonces sacó con la otra una cigarrera plateada y me ofreció su contenido. Tomé un cigarro, lo prendí. Le di una bocanada, sabía delicioso.

-¿Qué cigarros son?
-No importa.
-Claro que sí, saben bien.
-Son Camel.
-Pero...
-Hace semanas regué accidentalmente perfume en la cigarrera. La he lavado, la he sacado a orear, no importa, el perfume impregna los cigarros que guardo.

Me hice adicta a esos cigarros. Intenté derramar perfume en la mía pero fue en vano. Sabían a alcohol, a medicina, a dulce de fresa, pero nunca a esa combinación. Entonces se me hizo costumbre verla. Le compré un encendedor zippo en retribución a su constante mantenimiento de cigarros. Ella lo perdió a propósito: quería que, cada vez que la viera, yo pusiera el fuego.

Día uno [de nuevo]

He estado en el hospital por muchos días. El nuevo ataque ha borrado lo que construí de mis recuerdos. Quiero volver a escribir porque es una manera de mantenerme lúcida. No sé tampoco si esa lucidez me la de la calma o la locura. No puedo evadir mis obsesiones como antaño, con ejercicio, con pláticas con amigos, con visitas familiares. Mis obsesiones se han adherido a la corteza de los huesos, mis obsesiones recorren el cuerpo como si fueran sangre. Intentaré escribir para mí y para ti que vuelves a estar lejos. Con este principio espero ser más honesta: no es que haya vivido tantas cosas para poder aconsejarte, es que, desde el principio, quería que las palabras fueran un puente en el que pudieras conocerme. Para mí es necesario, para ti quizá sean delirios de los ancianos cuando se acercan a la muerte.
De joven me obsesioné con la memoria y con las posibilidades que da el olvido. Sucede que olvidar no es una decisión, solo es un hecho. No puedes mantener una fila de recuerdos y apretar un botón para eliminarlos, como si fueran imágenes dentro de un ordenador.

Me pesan los hombros, llega una enfermera y dice que no debo estar despierta. Eso mismo decía mi padre hace muchos años, cuando yo dormía a las cuatro de la mañana por ver películas en las que los protagonistas se exitaban teniendo accidentes automovilísticos. Sexo y violencia... ¿eso se volvió también mi obsesión?