jueves

Los días


[Páginas sueltas]


Ella estaba en el hospital. Desde aquí, desde donde me tocaba silenciar todos los ecos, me perdía en obligaciones. Agendas y citas inconclusas, un cuarto tirado. Dolores intermitentes en el pecho. Y entonces lograba evadir porqué había estado todo este tiempo lejos. Por qué no había soportado quedarme más de un par de horas viéndola recostada en la cama, sin poder pararse, haciendo berrinche como lo hace una niña de pocos años.

En esa época me volví extremadamente razonable. Utilizaba la razón como medio para desmenuzar el mundo. Para sentirme menos insegura en él. Entonces podía ver a mi abuela y tratar de interpretarla de la manera más cruda. Tratar de interpretar sus enfermedades como un mecanismo para asegurarse de que estábamos con ella, de que no la dejaríamos sola, nunca. Le reprochaba haber sido tan dadivosa, muchas veces, en mi enojo, intentaba justificar eso no con su buen corazón sino como una especie de debilidad: dabas para recibir, siempre. Dabas para recibir, no cosas materiales, sino reconocimiento, en algún punto, presencia del otro. Das, siempre das, esperando algo...

Pero también hablaba mi dolor. Mi desconocimiento del mundo entero...

Entonces la veía allí y prefería leer a Apuleyo. O revisar sus discos viejos en busca de un recuerdo que me transportara a la infancia. Y ella me veía con sus ojos, sus ojos que se estaban vaciando poco a poco sin que yo pudiera hacer grandes cosas. Sus ojos. Como de un pequeño borreguito. Sus ojos que decían algo de su desesperación, de una desesperación que, incluso, ella no recordaba concebir...

Yo puedo seguir interpretando esos ojos. Para siempre. Porque todas las respuestas están en mí. Por que en algún punto sé que no cedí. Que no pude darle dos semanas de alegría. Que no pude darle algo que ella necesitaba. Por las razones que fueran. No pude darle compañía.

Y la compañía es lo que más valoran los viejos...

En algún punto sé que ella me recrimina que no haya ido a verla. Que ella está decepcionada porque yo pude haberle dado todas las palabras de amor pero no lo hice. Preferí la evasión. Puedo dar un razonamiento entero en el que ella, entonces, daba esperando de mí. Pero también puedo escribir que ella daba, porque me quería. Y hay gente que necesita que le demuestren que la quieren, así, con palabras y acciones, constantemente.

Ella cerrará esos ojos que me perturban. Los cerrará para siempre aunque yo sea todavía muy joven para aceptarlo. Los cerrará y se llevará consigo sus recuerdos. Sus palabras. Su vida.

Ella siempre creyó que la vida era importante. Que dar a los demás era importante. Que ella fue muy importante para sus hijos, para "hacerlos personas de bien".

Amaba tener una familia unida. Amaba hacer las cosas bien.

Cerrará los ojos y yo estoy llorando porque no tuve el tiempo. Porque aun ahora no tengo el tiempo y prefiero quedarme a hacer cuestiones de mi tesis que ir a verla, la media hora que dan en la sala de urgencias.

Cerrará los ojos, cerrará el mundo, se apagará para ella.

Me duelo por ella. Pero me duelo por mí. Por el recuerdo. Por lo importante que ella fue en mi vida.

Yo no sé superar las pérdidas. Sé que las pérdidas pasan y que no es importante saber superarlas o no. Las cosas pasan, estemos o no preparados, y a veces aprendemos como tratando de alcanzar una ola antes de que se estrelle en la playa...

Jason: What are you doing this?

Mi abuela tuvo muchas historias que contar. Me faltó preguntarle tantas...


martes

Desde el hospital

[como si fueran ellas...]


[En las páginas de un diario]


Desde que tengo memoria, recuerdo a mi abuela deprimida. Todos decían que era una mujer con el corazón muy grande, siempre dispuesta a ayudar. Y sí, tal vez lo era. Desde que tengo memoria también he escuchado que ella ayudó a la construcción de una escuela en donde después estudiarían sus hijos y sus nietos. También que fue del comité de padres de familia para apoyar en otra escuela, donde la historia se repitió: yo cursé materias en ambas, en los mismos edificios que mis tíos muchos años antes...

Desde que tengo memoria, hablaban de que, en su juventud, fue parte del Club Rotario, o Leones, o Leonés, y que se dedicaba a hacer labores de caridad. Que enviaba comida a los médicos de la cruz roja, que nunca dejó desamparada a una sirvienta. También contaban que era muy querida de las enfermeras y siempre fue su candor la llave para que más de una vez se agilizara cualquier trámite en cualquier dependencia de gobierno.

Ella era encantadora, sí. Pero tenía una gran tristeza. Mi abuelo, una persona que no era muy afecta a demostrar cariño, decía que era igualita a su madre, mi bisabuela. Que Nazira era una mujer hermosa pero siempre estaba deprimida. Cuando mi abuela oía eso recriminaba a mi abuelo y decía que tenía muchas razones para estarlo. Que se casó con un árabe que la trataba muy bien pero del que no estaba enamorada y que no pudo darle hijos. Y entonces ella huyó, huyó de Progreso, Yucatán, como podía huir de cualquier parte del mundo a los 20 años sin ninguna casa. Y llegó a Tehuacán. Y conocío a Diego. Y se enamoró. Sí, como hacen las mujeres, como durante siglos han hecho las mujeres que se leen en discursos de hombres o que se saben gracias a las palabras de los hombres.

Diego era guapísimo, todo un seductor. Era alto, blanco, con el cabello negro. Era político, lleno de palabras dulces, mujeriego. Y entonces la enamoró y vivió con ella un tiempo...ahora caigo en que no sé si se casaron. Y entonces Nazira tuvo una hija hermosa, con rizos avellana y mirada de niña hasta al final. Y se llamó Socorro.

Socorro es un nombre que no me gusta. María del Socorro es peor. Nunca le dije así a mi abuela. Todos le decíamos "cocó". Abuela Cocó. Yo le decía abuela. A ella le encantaba que escribiera. Desde pequeña me pedía cartas y cartas, y tenía guardado en un fólder mis poemas. ¿Qué tipo de poemas puede hacer una niña en cuarto de primaria? no sé, coplas a la luna, coplas a la luna.

En tercero de primaria, mira, qué coincidencia, la profesora Socorro le dijo a mi madre que yo sería escritora. En ese momento lo negué de la manera más profunda que puede hacerlo una niña de... ¿ocho años? y después le dije que la maestra no sabía de mi plan para ser veterinaria y bióloga marina. Pero recuerdo que me gustaban, por entonces, la sonoridad de los poemas de Sor Juana. A ciencia cierta, no los entendía ni un carajo.

Entonces ella me alentaba y me compraba libros. También recuerdo que siempre nos compraba cosas a mi hermano y a mí. Después llegaron los demás nietos, y siguió teniendo para obsequios para ellos. Pasar el día de Reyes en casa de mi abuela era algo maravilloso: esperar toda la noche para ver el árbol frondoso lleno de regalos: porque allí estaban los míos y los de chiquis -mi hermano- pero también los de mis primos de Puebla, y los de H. Y los de los pequeños que ni si quiera sabían hablar. Y yo corría y corría a desprender las envolturas, y a gritar por toda la casa: ¡mira lo que me trajeron! ¡mira lo que me trajeron! y era la niña más, más feliz...

En la alacena de la abuela siempre había comida deliciosa. Y si no había dulces ella siempre nos daba dinero para comprarlos. Siempre. Mi abuela era sumamente dadivosa, generosa. Para ella no había límites si estaba en su condición dar.

Le encantaba ir a comprar al supermercado. En las Navidades iba con mi madre a las tiendas aabastecerse como para tres años. Agarraban el carrito, ponían cosas y cosas y ahorraban en algunas pero en otras tantas se daban vuelo por "la calidad". A mi abuela siempre le gustaron las cosas "buenas", aunque no fueran baratas.

Le gustaba cocinar. Lo hacía muy bien. Le gustaba ponerle especias a todo, inventar guisos y sí, dar en algún punto incompletas las recetas para que nadie hiciera las cosas como ella. Le gustaba que llegaras a su mesa y comieras y le dijeras que todo estaba delicioso. Porque lo estaba. Oh por dios que así era.

Le gustaba tener plantas, dejar las cortinas de los ventanales abiertas. Le gustaba tener canarios, aunque decía que le daban lástima los pajaritos en las jaulas, encerrados. Entonces no tuvo uno hasta que poco a poco se quedó inmovilizada, casi sin salir.

Le gustaba contar historias, pero pocas de su infancia. La imagen que nos transmitía era la de una niña en un internado porque, después de que Nazira dejó a Diego se volvió a casar y su esposo salía mucho de viaje. Entonces la dejaban en el internado y ella lo odiaba con toda las fuerzas de su corazón de niña pequeña. Decía que les daban poco de comer, que las ponían a lavar ollas gitantezcas, que desde entonces odia el peltre.

Le gustaba pensar los destinos probables que hubiera tenido de no haberse casado con mi abuelo. En el pasillo oscuro hay una foto de ellos. Mi abuela para ese entonces tenía sobrepeso, pero era joven, jovencísima, de 15 años. Mi abuelo se la llevó de esa edad y entonces tuvieron una hija antes de casarse. Y mi abuela siempre fue dedicada con ella. Y después tendrían más...

[algunas páginas ilegibles...]