martes

Desde el hospital

[como si fueran ellas...]


[En las páginas de un diario]


Desde que tengo memoria, recuerdo a mi abuela deprimida. Todos decían que era una mujer con el corazón muy grande, siempre dispuesta a ayudar. Y sí, tal vez lo era. Desde que tengo memoria también he escuchado que ella ayudó a la construcción de una escuela en donde después estudiarían sus hijos y sus nietos. También que fue del comité de padres de familia para apoyar en otra escuela, donde la historia se repitió: yo cursé materias en ambas, en los mismos edificios que mis tíos muchos años antes...

Desde que tengo memoria, hablaban de que, en su juventud, fue parte del Club Rotario, o Leones, o Leonés, y que se dedicaba a hacer labores de caridad. Que enviaba comida a los médicos de la cruz roja, que nunca dejó desamparada a una sirvienta. También contaban que era muy querida de las enfermeras y siempre fue su candor la llave para que más de una vez se agilizara cualquier trámite en cualquier dependencia de gobierno.

Ella era encantadora, sí. Pero tenía una gran tristeza. Mi abuelo, una persona que no era muy afecta a demostrar cariño, decía que era igualita a su madre, mi bisabuela. Que Nazira era una mujer hermosa pero siempre estaba deprimida. Cuando mi abuela oía eso recriminaba a mi abuelo y decía que tenía muchas razones para estarlo. Que se casó con un árabe que la trataba muy bien pero del que no estaba enamorada y que no pudo darle hijos. Y entonces ella huyó, huyó de Progreso, Yucatán, como podía huir de cualquier parte del mundo a los 20 años sin ninguna casa. Y llegó a Tehuacán. Y conocío a Diego. Y se enamoró. Sí, como hacen las mujeres, como durante siglos han hecho las mujeres que se leen en discursos de hombres o que se saben gracias a las palabras de los hombres.

Diego era guapísimo, todo un seductor. Era alto, blanco, con el cabello negro. Era político, lleno de palabras dulces, mujeriego. Y entonces la enamoró y vivió con ella un tiempo...ahora caigo en que no sé si se casaron. Y entonces Nazira tuvo una hija hermosa, con rizos avellana y mirada de niña hasta al final. Y se llamó Socorro.

Socorro es un nombre que no me gusta. María del Socorro es peor. Nunca le dije así a mi abuela. Todos le decíamos "cocó". Abuela Cocó. Yo le decía abuela. A ella le encantaba que escribiera. Desde pequeña me pedía cartas y cartas, y tenía guardado en un fólder mis poemas. ¿Qué tipo de poemas puede hacer una niña en cuarto de primaria? no sé, coplas a la luna, coplas a la luna.

En tercero de primaria, mira, qué coincidencia, la profesora Socorro le dijo a mi madre que yo sería escritora. En ese momento lo negué de la manera más profunda que puede hacerlo una niña de... ¿ocho años? y después le dije que la maestra no sabía de mi plan para ser veterinaria y bióloga marina. Pero recuerdo que me gustaban, por entonces, la sonoridad de los poemas de Sor Juana. A ciencia cierta, no los entendía ni un carajo.

Entonces ella me alentaba y me compraba libros. También recuerdo que siempre nos compraba cosas a mi hermano y a mí. Después llegaron los demás nietos, y siguió teniendo para obsequios para ellos. Pasar el día de Reyes en casa de mi abuela era algo maravilloso: esperar toda la noche para ver el árbol frondoso lleno de regalos: porque allí estaban los míos y los de chiquis -mi hermano- pero también los de mis primos de Puebla, y los de H. Y los de los pequeños que ni si quiera sabían hablar. Y yo corría y corría a desprender las envolturas, y a gritar por toda la casa: ¡mira lo que me trajeron! ¡mira lo que me trajeron! y era la niña más, más feliz...

En la alacena de la abuela siempre había comida deliciosa. Y si no había dulces ella siempre nos daba dinero para comprarlos. Siempre. Mi abuela era sumamente dadivosa, generosa. Para ella no había límites si estaba en su condición dar.

Le encantaba ir a comprar al supermercado. En las Navidades iba con mi madre a las tiendas aabastecerse como para tres años. Agarraban el carrito, ponían cosas y cosas y ahorraban en algunas pero en otras tantas se daban vuelo por "la calidad". A mi abuela siempre le gustaron las cosas "buenas", aunque no fueran baratas.

Le gustaba cocinar. Lo hacía muy bien. Le gustaba ponerle especias a todo, inventar guisos y sí, dar en algún punto incompletas las recetas para que nadie hiciera las cosas como ella. Le gustaba que llegaras a su mesa y comieras y le dijeras que todo estaba delicioso. Porque lo estaba. Oh por dios que así era.

Le gustaba tener plantas, dejar las cortinas de los ventanales abiertas. Le gustaba tener canarios, aunque decía que le daban lástima los pajaritos en las jaulas, encerrados. Entonces no tuvo uno hasta que poco a poco se quedó inmovilizada, casi sin salir.

Le gustaba contar historias, pero pocas de su infancia. La imagen que nos transmitía era la de una niña en un internado porque, después de que Nazira dejó a Diego se volvió a casar y su esposo salía mucho de viaje. Entonces la dejaban en el internado y ella lo odiaba con toda las fuerzas de su corazón de niña pequeña. Decía que les daban poco de comer, que las ponían a lavar ollas gitantezcas, que desde entonces odia el peltre.

Le gustaba pensar los destinos probables que hubiera tenido de no haberse casado con mi abuelo. En el pasillo oscuro hay una foto de ellos. Mi abuela para ese entonces tenía sobrepeso, pero era joven, jovencísima, de 15 años. Mi abuelo se la llevó de esa edad y entonces tuvieron una hija antes de casarse. Y mi abuela siempre fue dedicada con ella. Y después tendrían más...

[algunas páginas ilegibles...]

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